jueves, mayo 17, 2007

Prozac

Llega un punto en la vida de una persona, por ahí de los cinco años, en el que dicha persona, digamos yo, se tiene que preguntar qué es realmente importante en la vida. Y tiene que ser por ahí de los cinco años porque la pregunta tiene palabras con muchas sílabas y a veces es complicado para un niño... ya saben...

A partir de ahí, la vida va cuesta a abajo y todos nos vamos a morir miserables. No, no... esperen, no, aún no viene eso... . A partir de ahí, bueno, la verdad es que yo me olvidé de la pregunta por mucho tiempo, no por falta de interés, sino porque la respuesta siempre parecía ser "divertirse". A esa edad uno sólo piensa en divertirse. Salir a la calle a perseguir gatos con un matagatos o tirarles objetos inofensivos a los autos del periférico o torturar psicológicamente al niño más débil de la manada. Tener una guerra de tirabichis con los Malosos del barrio parecía muy divertido... hasta que te dabas cuenta de que llegaba un punto en el que tu propia moral no te permite hacer más daño del que estás haciendo.. y no hay problema con eso; el problema llega cuando te das cuenta, unos dos o tres segundos después, de que el límite de "Los Malosos" ni siquiera está a la vista... Aún recuerdo una escena en la que corríamos a la seguridad de nuestra cuadra perseguidos por la cuadrilla de fusileros de sangre fría que nos atacaban desde la distancia.

Después de un tiempo comencé a pensar que todo era cuestión de prioridades. No se trata de qué es lo más importante en la vida, sino a qué le das más importancia en la vida. Son esas listas de prioridades las que hacen que todos seamos distintos (en cuanto a lo que queremos en la vida). Son esas listas las que hacen que algunas personas sean compatibles las unas con las otras o las que hacen que algunas mujeres pateen en las bolas a algunos hombres por andarse pasando de listos con sus prioridades.

¿La pregunta natural era, entonces, cuáles son mis prioridades? Yo creo que mucha gente pasa su vida preguntándose eso, tomando posturas temporales con respecto a su ignorancia. Si tan solo todos pudiéramos ser como el Ladrón de Orquídeas, pero no podemos. Nuestra mente está siempre pensando en algo y nosotros no parecemos saber qué es. Por más que le preguntamos, nomás contesta algo inaudible y cuando preguntas "qué?", te contesta "qué?". O quizá ésa es sólo mi mente.

A veces envidio a la gente "normal". A los que creen en la familia nuclear cuyos roles están perfectamente establecidos desde antes de que nacieran: el hombre provee (hombre como género, no como sexo), la mujer cuida de la casa, los hijos joden mucho, el perro babea los muebles, el lechero coge con la mujer... leero leero hijo del lecheero. A los que tienen como meta tener una vida cómoda y sencilla hasta morir. A los que quieren ver crecer a sus hijos y ver cómo éstos cumplen las metas que ellos no se atrevieron a ponerse. Envidio a la gente que llega temprano porque así debe ser, a los que comparten porque así debe ser, a los que se entregan a una vida ovejezca porque así debe ser. Envidio a los que pueden escuchar las voces a su alrededor y entregarse a la complacencia de complacerlas. Envidio a los que pueden seguir el camino. Sus prioridades están establecidas; no por ellos, sino por un orden superior. Envidio a los religiosos. Saben qué quieren pero no saben que lo quieren porque alguien más les dijo que debían quererlo y, los pocos que lo saben, están deacuerdo con ese estilo de vida. Envidio a los sumisos. Y sin embargo, no quiero ser como ellos, no puedo ser como ellos, no soportaría ser como ellos. No podría, ni querría, vivir como alguien distinto a quien ya soy porque soy como soy porque quise serlo. Cada parte de mi personalidad, con la notable inclusión de mi introversión, fue la respuesta lógica y conciente a mi entorno. No me arrepiento de ser como soy. Cuáles son mis prioridades -me pregunté alguna vez, pero nunca me pude contestar.

Me gusta divertirme y la gran mayoría de las cosas que hago, las hago por el placer de hacerlas, no porque deba. Tengo mi propio conjunto de reglas morales, al igual que mi madre, que si todos cumpliéramos, este mundo sería de lo más aburrido y monótono. Es por eso que sólo algunos podemos cumplirlas; el resto debe romperlas y luego ir a confesarse para aceptar la idea de que morirán más solos de lo que han estado en toda su vida. ¿Mi prioridad es divertirme, entonces? No lo es. Hago cosas que no son divertidas. Hago cosas por los demás que no hago por mí mismo. ¿Mi prioridad es la otra gente? No (punto). La comodidad? No, la comodidad es aburrida y sólo la practico hasta cierto nivel.

No me quiero casar. No creo en el matrimonio y SÉ que no podría amar eternamente a alguien (la eternidad tiende asintóticamente a la muerte). Qué, entonces? A qué me dedicaré el resto de mi vida? A la física? No. La física me aburre como todo me aburre. Probablemente siempre esté ahí en mi vida como algo relativamente importante. No entregaré mi vida a una mujer, ni a varias. Hijos, tal vez? Por el momento no los quiero, pero puedo dislumbrar un futuro en el que sí los pueda querer, así que no descarto esa posibilidad.

Lo más cerca que he estado de la felicidad es cuando me acostaba en las piernas de una mujer, y ahora esa mujer se ha ido para nunca volver. Es posible que yo la haya alejado, no lo sé, no me interesa. El pasado no me preocupa tanto como a los demás.

Cada período de mi vida esperé con ansias el siguiente. En el kinder, esperaba el mundo maravilloso de la primaria con materias de verdad y maestros de verdad (cuan ignorante era). Llegó la primaria y durante dos años, fui aquel a quien envidio. Fui el que se esforzaba un poco en la escuela porque así debía hacerlo; porque era mi deber. Recuerdo el momento exacto en el que eso dejó de ser así. Pasé el resto del tiempo de la primaria ansiando pasar a la secundaria, con maestros especializados, con más reto, más responsabilidad, más chucherías en la cooperativa. La secundaria llegó y mi ilusión se fue volando. Maestros idiotas, compañeros idiotas, clases idiotas, el Drogo y la Hittler. No podía esperar por entrar al Tec. Llegué al Tec y fue la mitad de lo que esperaba. Era más responsabilidad, era más trabajo, pero no era más reto. Era tiempo de ansiar por la Universidad. Una decepción más, obviamente. Ahora, por primera vez en mi vida, estoy en un periodo que me decepcionó pero no ansío al siguiente. No ansío a la maestría. No ansío al doctorado. No ansío a la investigación. Todo me parece un trámite. Un trámite para qué? No lo sé, pero un trámite. Es algo que se tiene que hacer para llegar del punto A, en el que me encuentro, al punto B, en el que quiero estar. Trato de hacerlo de la manera más divertida posible.

¿Qué es importante en esta vida? ¿Qué sucede cuando no tienes prioridades y sólo haces lo que te place cuando te place hacerlo? ¿Qué sucede cuando no tienes metas ni te interesa tenerlas?

Quizá sólo me falta una lobotomía para ser el jardinero que no se preocupa del porqué de las flores, en lugar de ser el filósofo divisando la felicidad más lejos de lo que su propia mano puede alcanzar, hablando del jardinero, envidiando al jardinero, pero no pudiendo ser como él...



¿Qué es importante en esta vida?

viernes, mayo 04, 2007

Tratado sobre Mitología

Existen en este mundo muchas criaturas fuera de este mundo. Animales tan sorprendentes que son más fantasiosos que las fantasías más fantasiosas del más fantasioso de los fantasiólogos. Animales que por su pequeñez grandiosa o su insignificante grandeza han pasado desapercibidos ante los grandes y los obtusos, los científicos y los religiosos y que, sin embargo y a pesar de todo, girando y rondando, en el suelo y en el cielo, control remoto papel higiénico botella vacía de coca cola zero, están ahí. De algunos nadie habla, de algunos no se deja de hablar. Muchos están convencidos de que Godzilla pulula las aguas del Perú. Algunos temen al ataque de las polillas salvajes o los tomates asesinos. Algunos creen, algunos no, algunos Yo. Otros piensan que Amadeus se volverá loco y matará a todos. Otros escriben una Oda a la Sal. Este párrafo perdió su sentido hace mucho. Que no panda el cúnico, dijo el sujeto de los pantaloncillos cortos y la inteligencia aún más corta. Nadie ha comprobado la existencia de Godzilla (la del Amadeus sí, pero ésa era del sinsentido) y aunque lo hicieran, seguiría siendo un mito. Dejaré este párrafo por la paz; el sentido no regresará.

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Lunes. O algo así. Todos conocemos a los camioneros. Su humor, su rostro, sus gorras que sólo lavan cuando es absolutamente necesario, y esto es en teoría, porque en la práctica ningún experimento a llegado a tal punto, así que no se ha comprobado. Todos sabemos cómo son y cómo tratarlos. Los hay altos, bajos, gordos, flacos. Todos tienen el mismo tono gris de piel y las mismas zanjas en la cara y en la piel, probablemente provocadas por estar expuestos a una corriente continua de polvo, orines y coca-cola. Y uno aquí se debe preguntar "orines?". Yo, en cambio, debo contestar "Sí, orines", y asegurarme de poner una mirada de "No preguntes, bestia". Las bestias no preguntan más. Algunos más malhumorados que otros, todos lo son. Todos tienen problemas. Todos tienen ira muy en la superficie. Pero hay que entender; estos hombres (hasta ahorita no he visto ninguna mujer manejando un camión y me alegro) de cara larga y caderas estrechas (deben tenerlas estrechas para caber en los asientos a veces demasiado pequeños) tienen que lidiar todos los días con una serie de tipos de personas que nosotros los mortales hacemos todo lo posible por evitar. Estoy hablando de los mocosos (no uso "mocoso" como sinónimo de niño, sino como "niño con mocos") que lloran ante la menor provocación, luego rien, luego lloran, luego molestan a los demás, andan por ahí brincando por todo el camión, gritándole al que está enseguida de ellos (los niños tienen problemas para controlar el volumen de su voz, probablemente producto de ser ignorados por sus padres constantemente), diciendo "bajan!" como el que grita "ball" antes de dar el swing y provocan peculiar histeria en el camionero. Estoy hablando de las personas que cargan cosas grandes y abultadas; bolsas grandes con cobijas adentro, o cajas de cartón gigantes o lo que sea, y que hacen del camión una pista de obstáculos, además de tardar una eternidad y media en bajarse del camión (recordemos ahora que las puertas del camión suelen ser más angostas que mis hombros...). Estoy hablando de las señoras que pasan de los cuarenta años de edad y las cuarenta pulgadas de diámetro a la altura de la cadera; estas señoras con un ritual muy peculiar para sentarse (lo noté cuando estaba en la secundaria): Entran, pagan sin ver al conductor, a veces esperan el cambio, a veces pagan exacto. Se agarran de uno de las columnas de metal mientras balancean sus dinosáuricas caderas asegurándose de golpear a los que están cerca con ellas y dirigen su mirada a los asientos para elegir uno para sentarse. Lo curioso es que sólo ven las primeras dos filas; sin importar el calibre de la persona que esté ocupando uno de esos asientos, se sietan a su lado! Es algo molesto porque mi calibre no es así que tú dijeras pequeño y estas mujeres llegan y se sietan a mi lado. No tendría nada de malo, salvo que a veces el camión entero está vacío, salvo por las primeras dos filas, y estas mujeres no se sentarán en los asientos que están más allá de la segunda fila. Algunas, más rockeronas, se sientan hasta en la cuarta fila, pero no más allá. De no haber lugar libre en las primeras dos/cuatro filas, prefieren quedarse paradas, bloqueando con sus caderas el pasillo entero. Estoy hablando de las mujeres (por lo general son mujeres, pero a veces hombres y a veces tan regachos que uno no dinstingue ni quiere dinstinguir) que entran al camión con un pelotón entero de hijos sin entrenamiento. Por lo general hay los lindos y callados, los platicadores y los desmadrosos. Estos últimos son los peores. Son ésos algunos ejemplos de los tipos de personas que uno intenta evitar y con los que un camionero lidia parada por parada, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, vaso de plástico bocina pelotas de tenis. Es, entonces, de entenderse que los camioneros no puedan estar de buen humor, es simple y sencillamente imposible! Ahumado, el jamón; ahunado, el hecho de que, al menos en la ruta dos, a los camioneros les cobran 50 pesos por llegar un minuto tarde a la parada. Es una mentada de madre, especialmente si no ganas mucho dinero (como supongo es la situación de los camioneros).

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Viernes, o algo así. Hoy fue un día extraño. Vi a unA camionerA. Sip, después de exhaustivas examinalizaraciones determiné que, en efecto, eso que se ve en su pecho no es la acumulación paulatina de polvo, sino senos, y esas manos, aunque más masculinas que las de John, no son de hombre. Es una camionera, baaad to the bone (8)!

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Algún día de la semana, o algo así. Este día es previo al Viernes de la camionera, pero el chiste del título era más gracioso con más de un precedente, para así establecer un patrón antes de burlarme de él. Tiene más lógica.

Venía de la escuela después de un arduo día de trabajo, de ésos que hacen que te duela la espalda, el tobillo derecho y el cuello (estoy recordando la posición en la que me siento a leer en el centro de cómputo y que por lo general me deja así). Caminé hacia la parada, oyendo música como siempre. En el último tramo hube de correr porque ya estaba ahí el camión y no quería que se fuera (ni sé por qué... no es como que tuviera prisa, pero supongo que es lo mismo del post anterior). Me subí al camión y noté algo peculiar en el camionero. Sé que no es nuevo porque ya lo había visto antes, pero había algo distinto y distintivo, su piel no era tono ocre, su ceño no estaba fruncido, no tenía prisa, no estaba tenso... estaba... alegre... sonreía...

Pagué mi tarifa y noté sus ojos verdes que no había notado antes. Quizá no los había notado por el predominante tono rojo-infierno de los ojos de los agitados y por demás diabólicos camioneros que de seguro tenía antes. El tipo platicaba con alguien sentado detrás de él, eso es común, pero platicaban alegremente, sin amarguras viejas y resecas, sin quejas maliciosas y tendencieras, sin la mirada fija en un mejor pasado. Era un espectáculo inusual.

Después de unos minutos después de que dejó de hablar con el que hablaba, noté que seguía con una ligera sonrisa, como un destello de felicidad arraigada de ésas que no se quitan con las penurias de un trabajo sin futuro y una casa sin hogar. Creo que hasta tarareaba algún sonsonete sin ton ni son. En alguna para se detuvo y vi que le decía algo alegre a alguien que estaba abajo, en la banqueta. Luego arrancó y ahí es cuando entendí qué estaba sucediendo; le dijo a uno de esos tipos que cantan con una guitarra, pero sin voz, en los camiones, que se subiera, que no había pedo. Pero se lo dijo tan feliz...

No es un rumor, damas, caballeros y Alfrodo. No lo es! Los camioneros felices, aunque sea como entes no estables, existen! No son sólo una leyenda urbana, no son sólo un mito.




(Nota: esto del camionero sucedió el día que escribí el post titulado "La temible historia de los paréntesis innecesarios" y ese mismo día escribí prácticamente todo este post, excepto lo el último segmento)