miércoles, abril 09, 2008

"No estuvo tan cagado el día"

Sí estuvo. Bastante.

Pati (alguien) cumplió años este domingo. Por sí solo es un acontecimiento levemente irrelevante, pero la proximidad de dichoso suceso nos dio la idea (a Ricardo, más bien) de hacer una carne asada como nunca se ha hecho una carne asada en San Luis Potosí.

De estar en Hermosillo, semejante idea sería de proporciones bíblicas, recordando carneas asadas del tamaño de bodas de Duques menores en la antigua Rusia, las celebraciones de la caída del muro a Berlín y de la colonización de Marte, todas enormes carneas asadas llevadas a cabo en Hermosillo.

Estando en San Luis, sin embargo, la idea de "una carne asada como ninguna otra" es bastante simple. Con el sólo hecho de excluir algunos elementos ya se puede hacer la mejor carne asada en la historia de la ciudad. Estos elementos incluyen arrachera, cerveza y limón (son uno solo), carbón artificial y tortillas de maíz. Algunos otros elementos se pueden omitir para mejores resultados, siendo uno de ellos, quizá de los más importantes (entre los secundarios), a los Potosinos.

Hay algo esencialmente mal con los potosinos, lo cual les impide tener una buena carne asada. La causa, me temí por unos minutos, podría ser más bien viral o bactereológico, lo cual implicaría que ya estoy contaminado, al igual -de hecho en menor medida- que Ricardo.

Hay que hacer las cosas de una manera simple, sin apelar a recursos elaborados que prometen compensar la mala calidad de la materia prima. Hay que, en su lugar, conseguir buena materia prima. Diezmillo de 70 pesos el kilo del Costco era el candidato perfecto para el papel. Como buen amigo que soy, tenía que probar el material antes de aprobarlo y llevarlo al destino final. Por ello, un día antes, me hice un platillo por demás elaborado cuyos pormenores me tomaría años escribir, debido al carácter artístico, antropológico, culinario y altamente filosófico de dicho proceso. Los detalles, por ello, los omitiré y sólo diré que la carne era de la más alta calidad (y precio, desafortunadamente para el bolsillo de Ricarnitas) y del paso de ella por mi tracto digestivo, desde la ingesta hasta la expulsión, sólo diré que me trajo grandes placeres.

Una vez conseguida la carne (y algunos otros aditamentos necesarios, que yo no conseguí y que por ello son de menor importancia (o quizá alrevés)) y el pastel -condimento extra en la receta de un desastre-, sólo quedaba poner en acción el plan malévolo que habíamos estado hurdiendo por cuatro días ya.

Preludio: Concierto para cello y orquesta de un mexiqueque desconocido. Concierto para orquesta de Shumann. Nada particularmente interesante. El chelista del primer concierto era un sujeto extraño. Regordete con un traje que quizá le quedara bien en sus años de mozuelo, pero que después de altas concentraciones de tacos, pizzas y demás suculencias (no quiero pensar ni cuáles), había cierta incongruencia entre los volúmenes permitidos y los que realmente existían. De tal manera que me temí durante todo el concierto que un botón disidente saltara violentamente de su traje debido a las grandes presiones de su trabajo y aterrizara, aún violentamente, sobre mi ojo derecho. El izquierdo, por la anisotropía del espacio, estaba a salvo. Con gran estridencia atacaba al cello, profiriendo arcadas más violentas de lo normal, mientras su cabello, que nunca estuvo peinado, bailaba al son de las más diabólicas de las piezas infernales, su pérfida cara acariciaba el brazo del cello y su aún más pérfido cuerpo era una ofensa a todo lo que es bueno en este mundo. El wey estaba feo, pues. Tocaba muy violentamente, muy en acuerdo con la pieza que tocaba, pero sus habilidades cellísticas estaban muy por debajo de... algo...

A Schumann, en una nota aparte, lo encontré por demás aburrido.

El parque Tangamanga (textiles no asociados) es un bosque gigante al que pusieron enrejado y decidieron llamar parque y cerrar a las 7pm (ridículo!). Tiene zacate en todas partes, algunos kioscos, asadores, árboles, canchas de algunos deportes y gente feliz. Y antes de continuar debo aclarar algo: En San Luis al salir a la calle las primeras veces notas la ausencia de un ruido que tiendes a ignorar estando en Hermosillo, pero que cuando falta lo notas. Este sonido es un ligero crujir, como carne en aceite caliente, que parece estar constantemente emanando de tu piel al contacto con el sol. Es por ello que los parques, además de tener vegetación exótica, como zacate y árboles y algunos animales como salidos de la ciencia ficción barata, como ardillas, están siempre llenos de gente.

Luego, EL parque por excelencia, Tangamanga, en domingo, está, como algunos finos licántropos que se dedican en los días de luna no-llena a la filantropía, "hasta el culo". Lleno de familias felices con niños escandalosos. Los unos jugando fútbol, los lejionarios béisbol, los mohoros sólo corriendo sin rumbo y una niña sentada bien triste porque se orinó los pantalones y no quiere que nadie se entere. Pobre niña. Los asadores, obviamente, estaban acaparados y nuestra búsqueda (con las cosas de la carne asada a cuestas, excepto la sal porque somos unos idiotas) parecía no tener futuro. Rendidos nos sentamos en una banca (sin asador) y las mujeres (jaja, qué comentario tan deliciosamente machista) siguieron buscando mientras nosotros tirábamos barra y una pelota de béis. Finalmente volvieron con malas noticias y nos quedamos ahí sentados.

Sobre la obtención del asador y demás pormenores no hay mucho que decir. Basta mencionar que junto al que debió ser nuestro kiosco desde un principio pero que en su lugar estaban ocupándolo unos entes infernales cuyas vidas de seguro eran miserables y por ello debían fingir apreciar a su familia lo suficiente para salir con ellos y pasar en su compañia todo el mugre domingo, estaba el que debía ser nuestro asador. En realidad, de seguro se odian y cada momento, cada mirada, cada sonrisa, cada saludo no era más que una reafirmación a la previa declaración de odio mutuo y desinteresado, el más bello que hay. En fin... los animales del corral ya no estaban usando el asador así que se los pedimos y lo cedieron (obviamente, porque sabían lo que les esperaría de no hacerlo!!). Comenzamos a preparar todo, prendimos el carbón, picamos la verdura, pusimos la carne, notamos que no había sal, etc. Me tomo la molestia de escribir en plural pese a que yo no hice nada de eso porque una sociedad cooperativa como la que tenemos no admite individualismos.

Poco antes de que pusiéramos la carne sucedió la calamidad. Estaba yo pacíficamente junto al asador a la sombra de un árbol bastante alto, admirando las creaciones de la naturaleza, sonriendo ante la belleza de la vida que me rodea, gozando cada parte del universo que me ha tocado vivir... cuando una parte del universo en el que me ha tocado vivir salió del trasero de un pájaro y aterrizó sobre mi brazo...

En mi afan de no permitir que ciertas nimiedades (pinche pájaro con diarrea... verde...) arruinaran mi día, continué cual si no pasara nada, habiéndome escandalizado, habiendo reido, limpiado y reido de nuevo. Seguí lanzando felizmente la pelota de béisbol hasta que canséme (poco después de que por animal ésta me golpeara en el muslo, preocupantemente cerca de los testículos) y proseguí con las labores culinarias (que en mi caso se limitaban a ver a los demás trabajar en la comida mientras yo.. existía por ahí).

Luego, el Karma tocó mi hombro: sentí cómo alguien me llamaba desde atrás, tocándome el hombro dos veces con el dedo. Volteo y no hay nadie! Supongo que el karma es invisible o se mueve muy rápidamente, pero luego me doy cuenta de lo estúpido de mi suposición. Un segundo proyectil había salido de, supongo, una segunda ave despiadada y había aterrizado sobre mi puro e inocente hombro, rebotando y golpeando una segunda vez, ahora sobre mi espalda... ... Sobra decir que pasé el resto de la velada cuidándome de los pinches pájaros cerdos que no dejaban de cagarme encima!!!

Ya en la tarde, al final de la carne asada, cuando los guardias motorizados del parque recorrían el territorio asesinando a los que aún seguían ahí, pese a ser ya las 7, profiriendo palabras sagaces e hirientes disfrazadas de amabilidad como "Buenas tardes. Ya son las 7, por favor abandonen el parque (Y MUERAN!!!! AAAAAAH (gatoh)!!!)" y ofensas similares, Ricardo, refiriéndose a la calidad del día y la superación de los problemas iniciales para terminar con una carne asada como la habíamos querido, atrévese a decir "No estuvo tan cagado el día"...

Sí estuvo. Bastante.