martes, noviembre 28, 2006

Es curioso

Todo es tan curioso... Estoy leyendo un libro y me detengo en una frase tan pequeña e insignificante, pero tan hermosa... y la verdad no sé ni por qué. Sólo me detuve y suspiré, repitiendo en mi mente un "Le habló de Bettina.". Ese punto en la frase es de lo más importante (y es enserio).

Y en este momento Galaz estará pensando "genial, NO es lo de Linux" y me reprochará más tarde el haberlo descontinuado.

La feliz realidad -feliz por el solo hecho de que me permite irritar a Galaz- (tan predecible todo, que hasta sé lo que pondrá de comment...) es que ya no recuerdo a detalle todo lo que sucedió en mi guerra con Linux. Obviamente yo gané; y no lo es sólo por el hecho de que mi computadora sirve (lo cual es, en sí, prueba de que gané) sino porque soy YO! No hay más qué decir. A tal extremo llega que si luchara contra mí mismo, habría que re-definir la palabra Ganar (vencer, derrotar y todas ésas, así como sus antónimos) para que el universo no implotase ante la catastrófica incongruencia de sus términos (o los nuestros, pero con eso de que el hombre es la medida de todas las cosas...).

Algo más, que también es curioso, es que realmente no tengo nada que platicar. Por lo general me llegan a la cabeza las cosas que debo platicar y, a consecuencia de ello, me siento a escribir estas mamadas, pero esta vez no. Tenía ganas de escribir y decidí vencer a la gravedad con su catastrófica aceleración de 9.8m/s^2 con rotunda inteligencia, primero en movimientos tangenciales, sutiles y furtivos, luego en una desafiante actitud diagonal que tomó por sorpresa al planeta tierra. Así es como me levanté. Para sentarme, sólo me entregué a los placeres de la gravedad gravemente gravitacional. Y los símbolos de Cristoffel me pasan por la mente, o lo que algunos llamarían mente.

En este momento recuerdo dos cosas, sin conexión entre ambas y sin razón alguna para ninguna de ellas.

La primera es cuando fui con Ma. Elena a pedirle que fuese mi asesora de tesis. Momento extraño. Nunca planeo lo que voy a decir, no porque me guste improvisar ni nada de eso sino porque... a quién engaño? Para cuando llegase al momento de la verdad, la gloria eterna, ya me habría olvidado de lo que planeé y tendría que improvisar con la torpeza de mis palabras habladas (las escritas fluyen como mantequilla derretida sobre sartén con cancerígeno teflón), cual si no hubiera planeado nada. Y muy en contra del siempre presente instinto humano de adaptar el entorno a sí, yo me adapto a mis limitaciones mentales -casi todas catalogadas en el archivero bajo un "retraso mental crónico-degenerativo"-.

Cabe mencionar en este preciso momento -y lo cabe sólo porque si no lo hago ahorita, nunca lo haré (de nuevo, retraso mental crónico-degenerativo)- que, por primera vez, la "Panchita" (tipa que limpia la casa los Lunes, Miércoles y Viernes (doy su horario en caso de que alguien decida pasar a visitar a semejante celebridad (aparece aquí, debe serlo!))) (la belleza de un paréntesis triplemente anidado (o sería doble?)) no se llevó mi salero! Cada vez que como y la comida requiere sal (por lo general como en mi cuarto), me traigo un salero y, después de comer, lo coloco en un lugar en el que OBVIAMENTE no "se lo trajo y lo dejó olvidado sobre la mesa", para que no se lo lleve, pero SIEMPRE se lo lleva! Mi madre sufre del mismo padecimiento y es común que entre a mi cuarto a media tarde preguntándome por un salero... En fin, soy feliz porque tengo salero. Las pequeñas cosas de la vida.

Hablaba, entonces, de mi encuentro con Ma. Elena y su extrañeza. Después de un semestre de cobardía autosustentada decidí ir con ella a ver qué pedo -no podría ser más vago de haberlo deseado- . Agarré mis cosas y me dirigí a sus cuarteles. Me asomé por la puerta y la conversación fue algo así:

-Hola. Estás ocupada?
-No, pasa. Qué se te ofrece?
-Estoy preocupado por mi tesis.
Y con cara de honesta duda me dice, después de un silencio un segundo más largo de lo habitual:
-Cuál tesis?
-La que quiero hacer -contesto sonriendo
Su rostro cambió de tremenda duda a divertida curiosidad:
-Eh...
-Venía a pedirte que fueras mi asesora de tesis. Puedes?

Lo demás no tiene nada de especial.


Es curioso, además, que cuando no tienes nadie con quien hablar, hablas con todos.


El segundo momento, más cercano y a la vez más lejano, se dio con mi padre. Un buen día, tan bueno como cualquier otro en la oscura vida de alguien como yo (oscura sólo porque no salgo mucho al sol), me levantan los alaridos desesperados de mi progenitora. "Levántate para que me lleves al trabajo y luego vayas a ayudarle a tu papá que se quedó tirado quién-sabe-dónde". Me levanté con dolor en el coxis (uno esperaría que una palabra de fonética tan exótica como ésa estuviese acentuada con una maravillosa tilde, pero no es así) y en el alma (esta palabra no tiene gracia alguna, pero para que no se awitara le regalé este paréntesis), gruñendo y vociferando sandeces (me agrada la palabra vociferar, suena tan gutural). No podía decirle que no, así que me resigné en menos de 2 micras de segundo y me alisté en unos cuantos millares de dichosas micras. Ahí voy, al poder judicial y luego a la tumba! Con escala en la casa de mi padre, la universidad, mi tesis, el posgrado y, en general, el resto de mi vida. "Fíiiijate que a chuchita la bolsearon y la llanta y el carro y el sol y los dragones de dos cabezas". Ahí vamos, camino a una llantera mágica (tenía que ser mágica! Si no lo fuese, entonces habríamos ido a cualquier otra que quedase mucho mucho mucho mucho mucho más cerca de donde estábamos... por mi salud mental, asumo que era mágica (pese a que, irónica y mágicamente, no solucionó nuestro problema con el caucho)) que quedaba un poquito más al sur del fin del mundo-y-todo-lo-que-es-bello. Lo bueno es que el carro ya tenía refri para entonces (o quizá fue antes de que no la tuviera, no recuerdo). Allá vamos y, camino a la llantera, dichosa por su carácter mágico, me dice, mágicamente, que quizá sería conveniente... sí, lo sería, definitivamente, pasar a visitar a uno de sus clientes en una clínica mágicamente cercana a la mágica llantera... Qué bueno que está cerca de la llantera -pensé en un patético intento por no darme de topes en la cabeza con una pared metafísica. Allá vamos con el cliente. Espérame aquí -me dijo. Y yo esperé, como todo buen hijo. Tan lindo yo.

No tardó tanto, se lo concedo, pero hacía calor y yo estaba en mi época de dormir por las mañanas y buscar víctimas en la niebla de Londres por la noche (creo que jamás dejaré de hacer alusión a ese cortometraje de Tim Burton), por lo que es perfectamente excusable que me haya irritado un poco más de lo debido.

De regreso a la casa, pasamos a la llantera mágica. Yo supongo que por ser mágica cambia mucho de lugar (mágicamente, obvio) y, como consecuencia, mi padre no sabía exactamente dónde estaba. "Creo que es por la Yáñez... o por la Rosales?". Yo supongo que cambia de lugar para que no la encuentren los Moggles... y verán, si me permiten (primera referencia al lector? Creo que no), me voy a tirar al estanque de los caimanes por haber usado esa referencia.

Finalmente llegamos. "Ah, ahí hay una". Con "una" se ha de referir a "the one", pero a falta de una mejor traducción... No podía ser "una cualquiera". Ya, llegamos a la tan nombrada llantera. En realidad sí tenía algo de especial. No tenía ese tono ocre en todo lo que sobre ella existe. No estaba llena de vagos reivindicados ni de cholos en potencia. Atendida por un tipo en silla de ruedas y su chalán (despachador? chiste local), ambos con su lustroso uniforme Beige con azul, pantalón y camiseta, respectivamente, sonrisa colgate en el chalán, mal humor en el capataz. Llena de máquinas de apariencia sofisticada (que hacen, en realidad, lo mismo que un vago reivindicado con una vara de metal, un rin viejo y mucha actitud) y trapitos húmedos.

Cuánta risa histérica con tendencias suicidas subcutáneas me daría si se fuese la luz en este momento de mi vida.

Llegamos y bajé la llanta del auto (en una subversión posterior hice, sin decir palabra alguna, que mi padre la bajara, jaja). Sí, sí, la tenemosh -dijo el chalán con la actitud de vendedor ganador. Una imitación perfecta de ese tono puede lograr sin peculiar esfuerzo el Kbto (amigo, compañero, amante -no mío, obviamente). Si algún día se lo encuentran en la calle, díganle que les haga la imitación y serán más felices, se los garantizo. Se puso a hacer su revoltijo, metió la llanta vieja en su máquina saca-corchos sofisticada del siglo XXI, la metió en una segunda máquina, del siglo XXII, lo puedo jurar, y finalmente quedó la llanta nueva en el viejo rin. Nuevo caucho. Metió la nueva combinación en una tercera máquina, de siglo indefinido, y la comenzó a inflar... pero simple y sencillamente no pudo. Después de varios intentos, a través de los cuales podías ver cómo su confianza -y su sonrisa- iba disminuyendo, el capataz hizo su triunfal aparición (en realidad siempre estuvo ahí, pero en total silencio), haciendo, como siempre hacen los jefes, EXACTAMENTE lo mismo que hizo el chalán de la sonrisa destrozada, fallando humillantemente. Al final concluyeron que su llanta no servía y tuvimos que ir a otra llantería (sí, llantería, algún pinche problema?! (por alguna razón, me siento como condorito en este momento. Es por culpa del "?!" anterior, pero no sé por qué...)). Fue esta llantería el escenario de mi sutil subversión. Nada interesante pasó aquí.

De vuelta a su desolada casa en las Fuentes, me pidió que me quedara a ayudarle a cambiar la llanta (la que traíamos era el repuesto que, como siempre, estaba ponchado también).

De la lista de malestares relacionados con el cambio de la llanta en pleno verano, el que más recuerdo el más propio de nuestra hermosa tierra. Cada que me agachaba para luchar contra la llanta que no se dejaba (si no estoy tan feo...), mi espalda quedaba bellamente perpendicular al propagador de los rayos solares (o sea, el sol me pegaba duro en la espalda) (y la palabra lenient viene a mi mente) y el pinche astro anaranjado (y no me aleguen que no es anaranjado porque si para esas vamos, es de casi todos los colores... pinches físicos) me QUEMABA la espalda como nunca me había sucedido. Me dolía, en serio, me dolía, tanto que no podía quedarme en esa posición más de 20 segundos. Increíble.

Suficiente. Me retiro a seguir leyendo y suspirar una vez más un suave "Le habló de Bettina.", deteniéndome cada vez a saborear ese punto.